miércoles, mayo 13, 2009

Magnolia

Blanca, bella, de contornos lanceolados - allí donde la naturaleza los requiere-, intensa, dulce, solitaria...
Allí estaba al borde del Pacífico, acariciada por una mujer, quien en la soledad compartida de los sentidos, recitaba en voz muy baja:

“Al golpe de la ola contra la piedra indócil
la claridad estalla y establece su rosa
y el círculo del mar se reduce a un racimo,
a una sola gota de sal azul que cae.
Oh radiante magnolia desatada en la espuma,
magnética viajera cuya muerte florece
y eternamente vuelve a ser y a no ser nada:
sal rota, deslumbrante movimiento marino.
Juntos tú y yo, amor mío, sellamos el silencio,
mientras destruye el mar sus constantes estatuas
y derrumba sus torres de arrebato y blancura,
porque en la trama de estos tejidos invisibles
del agua desbocada, de la incesante arena,
sostenemos la única y acosada ternura.”

Delfina, frente al mar de Neruda, en brazos de su madre parecía una magnolia: suave y perfumada, persistente y entera, delicada como el perfume de esa flor.












Sonia, 1 de mayo de 2009, Para vos hija mía, en el mes de tu cumpleaños.

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