lunes, octubre 01, 2007

La casa de Manuel, 25/09/07



Desde el principio, cuando llegamos a la cuadra donde aún vivo, notamos algo raro. No era una casa fea, pero sí muy antigua y bastante deteriorada. Por lo menos de afuera.

Llegó el día en que la casa tomada de Fitz Roy al 1900, fue desalojada. En medio de cámaras de televisión, dos ambulancias y cuatro patrulleros las piernas me temblaron cuando pude distinguir la silueta de Manuel presenciando la escena.. Hacía años que lo creía muerto, desde que mi papá volvió del club con la noticia de que Manuel había desaparecido.

-Vamos, salgan, decía el oficial por el parlante que le tapaba la cara.
En mi balconcito veía una película en vivo y en directo. Más de cincuenta personas eran desalojadas de aquella casa que siempre había mirado con desconfiada complicidad. ¿Qué hacía ahora Manuel allí? ¿Sería él el que había alojado secretamente a esa cantidad de gente durante los últimos años? ¿Viviría allí con ellos?
Como hipnotizada, decidí presenciar el cuadro sin llamar la atención, desde mi sillita de madera, entre las macetas laberínticas que serpenteaban mi balcón.
Los ruidos persistían sin cesar. Gritos de mujeres y llantos de niños se confundían entre las bocinas de la transitada calle. Dos volquetes recibían con sus brazos abiertos de metal, un arsenal de muebles viejos y cajas de cartón repletas de trapos sucios, que empleados de la municipalidad uniformados, lanzaban con desprecio desde el primer piso. El cuadro era tétrico. Sin embargo, Manuel, casi con el mismo aspecto de la última vez que lo vi, seguía sin moverse, a un costado de la casa. Era extraño: nadie le hablaba, nadie lo empujaba. Ahí estaba con la misma camisa celeste con la que se lo llevaron al hospital una mañana, hacía cerca de una década.

Manuel y mi padre habían sido compañeros de esgrima en el Club Social Palermo. En el barrio todos nos conocíamos y la vida después de las cinco, transcurría en la vereda. Antes de la cena, papá lo invitaba a tomar un trago con una picadita. Disfrutaban del aire fresco sentados en las dos sillitas de madera que aún conservo. Ya no están abajo en la galería, sino en el único balcón que tiene mi casa. Después de que la calle fuese asfaltada, hice cerrar la galería para que la tierra no tapizara mis pulmones.
Manuel vivía enfrente, en la casa que después de su ausencia, tomaron bolivianos y lugareños. Manuel nunca nos invitó a pasar. No sabíamos con quién vivía, ni cómo. Mi papá decía que no era de buena educación averiguar mucho sobre la vida de los vecinos. Aunque el también estaba intrigado, claro. Tanto es así, que nos enteramos que no tenía familia recién después de su internación.

- Oficial, ya están todos adentro del móvil. Sin pestañear, el hombre uniformado de azul y gris tiró las llaves de la casa al volquete, y subió al patrullero que lo esperaba frente a la cara de Manuel que, al mismo tiempo, daba media vuelta para entrar en la casa.

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