sábado, septiembre 08, 2007

Libertad, agosto de 2007.




Alejandro estaba cansado, aburrido y no podía concentrarse en su trabajo. Debía revisar un contrato y su perfeccionismo le impedía delegarlo...
Sentado frente a la pantalla grisácea de la computadora, con la mirada perdida, llamó a su secretaria para preguntarle a qué hora lo pasaba a buscar el remise. Esa tarde salía para Ciudad de México
- En una hora estará el auto abajo, señor.
- Bien...

Aunque en momentos previos a los viajes, Alejandro sentía una gran ansiedad, sabía perfectamente que una vez sentado en su asiento, lograba relajarse...hasta podría sentir que su cuerpo se sumergía dentro del almohadón del asiento y lo acurrucaba, a pesar de la soledad anónima que cualquier individuo tiene en un avión.
Eran pocas horas de vuelo e interrumpidas por dos escalas, así que intentó dormir en el primer tramo, aprovechando que no tenía hambre.
Alejandro era un hombre esencialmente bueno, correcto y sólo se desbordaba cuando dormía...

Soñó algo así como que llegaba a Costa Rica y que en vez de ir a un poblado hotel de convenciones, el avión lo lanzaba al vacío y él caía en un precario muelle. Allí, con un pequeño bolso en la mano decidía recomenzar su vida.

- ¿Té o café?
- Café, café, contestó imponiéndose despertar y salir de aquella fantasía. Temió volver a dormirse y que el sueño continuase, como tantas veces que uno desea que eso suceda. Tenía temor a sus propios deseos.

Derechito en su butaca, bebió el café sin endulzar. Mientras más fuerte, mejor, pensó.
La primera escala, el segundo tramo con la cena incluida y las noticias de CNN. La segunda escala y allí mismo, la tentación.
En el noticiero internacional pasaron la publicidad de un lugar en Costa Rica donde se practicaba el Bunjee Jumping o caída libre. Alejandro no era muy deportista pero ese anuncio lo hizo por primera vez en su vida, cambiar su rutina.
En Costa Rica, la segunda escala, con su bolso en mano (el mismo que llevaba en el sueño), omitió transitar el pasillo de pasajeros en tránsito, y se dirigió a migraciones. Argumentó un repentino cambio de planes por trabajo y como el pasaje no era cerrado, no tuvo problemas.
Una vez en el hall del aeropuerto, fue al primer mostrador de alquiler de autos que encontró y le preguntó a la persona a cargo a dónde se hacía Bunjee Jumping. Le contestaron que había muchos tours organizados para dicha práctica, pero que necesitaría primero hacerse un chequeo médico obligatorio.
Alejandro no sabía ni quería esperar...dejó un cupón de tarjeta de crédito firmado, pidió que le entregasen un auto, y decidió hacer las cosas por su cuenta.
Sólo averiguó en qué localidad podría cumplir su deseo. Quedaba a unas dos horas del aeropuerto, lo había visto en CNN así que con mapa en mano, y su férrea voluntad, hizo el trayecto. Ya eran como las cuatro de la tarde, tendría que apurarse.
Mientras manejaba trataba de no pensar en qué argumentaría a la Entidad que lo invitó a México a disertar en varios paneles. Estaba debutando en el terreno de hacer lo que se le cantase y sabía que muchas oportunidades como ésta no habría. Alejandro tenía mujer e hijos. Pero ahí, en la selva, estaba sólo. El y su sueño.
Alejandro está urgido por llegar a sentirse él. Lo venía deseando desde hacía tiempo pero la oportunidad se le esbozó primero en su sueño y luego la tentación de hacer “algo distinto”, algo que racionalmente no concebía.
Un cartel muy bien hecho, bien turístico le indicó que había llegado. Estaba nervioso y bajó del auto sin estar muy seguro de lo que hacía.
_ Buen día don.
_ Buen día, respondió Alejandro. _Vengo por el tema de esto de la caída libre. En fin...¿cuánto cuesta?
_ Pere, pere...a vé: ¿trajo el certificado médico?
_ Mmm, no. No sabía nada...vengo desde lejos. Estoy en forma.
_ Señolcito, no se trata de eso...nootro no corremo riego, patrón. Lo siento.
_ Pero, le aseguro, míreme bien, soy joven.
_ Será joven pero e usté muy nervioso. Mírese las manos nomá. ¡Mojaditas las tiene!
Ahí fue cuando Alejandro se rindió, no podía ofrecerle dinero al buen hombre costarricense, él era ante todo, un hombre correcto.
_Está bien, trataré de conseguir el certificado. ¿Conoce algún centro médico por aquí?
_ Noooo, mi don. Por aquí hay solo lo que vé, selva, riachos y nosotro. Vuelva pa la ciudad y mañana se va pa algún hospital y en cuanto le digan que usté no está tan mal como yo creo, se viene pa cá y se larga con los pies atados. Jajajaja.
A Alejandro le molestó el tono irónico del lugareño así que se dio la vuelta, subió al auto y emprendió el camino de regreso al aeropuerto. Dormiría en un hotel de los alrededores, y se pondría en órbita otra vez, tomando el primer avión que saliese para México.
A dos kilómetros del Bunjee Jumping, vio un pequeño puestito de madera a manera de kiosco. Dos hombres parecían tomar algo ahí dentro. Como no había tomado nada desde el avión, detuvo el vehículo para ver si podía comprar algo.
_ Buenas tardes, ¿agua tienen?
_ Buenas, no tenemos agua señol. ¿Una cerveza?
_ ¿Es lo único que venden?
_ No vendemos bebidas, pero tómese una con nosotros.
Alejandro aceptó la lata caliente y bebió un buen sorbo. El trópico lo estaba aniquilando por dentro y por fuera.
El sujeto más viejo, ya sin casi sin dientes, le preguntó qué lo llevaba por la zona y cuando Alejandro les contó a los dos su propósito, los dos hombres se miraron y sonrieron.
_Mire, don. Nosotros le dejamos que largue todo eso que quiere desde una grúa vieja que está allá...¿la ve? Una vez robamos los ganchos pa los pies, venga...el pago es voluntario. Si usted después se siente aliviado, nos da alguito pa la familia. Si no, se sube a su auto y se va.
Alejandro intentaba no ceder a la tentación de ir ahí mismo, colocarse los sujetadores en los pies, y tirarse de la grúa de 50 metros de alto cuyo brazo se extendía sobre unos riachuelos selváticos que había visto en la curva previa al puesto, desde lo alto de la ruta.
A medida que los tres se iban acercando al poderoso soporte de hierro, Alejandro recordó el sueño liberador del avión y comenzó a tambalearse entrando en algún otro sueño, no sabía cuál. Entre las plantas y las piedras de color rojizo veía a sus padres, a sus amores, a sus fantasmas.


Pasaron más de doce horas para que Alejandro se despertase en la cabaña del anciano sin dientes. La humedad, los mosquitos y el silencio lo hicieron sonreír como nunca.
Miró a su alrededor: las paredes descascaradas eran lo opuesto a su oficina, a su casa.
Pero el ambiente brillaba por la libertad que él sentía. Se levantó, se acomodó la ropa y decidió volver a casa. Esta vez liviano, sin temores.

1 comentario:

Anónimo dijo...

así es, la libertad es lo mejor, pero sabes también que la libertad hoy en día se asocia casi por sistema con la libertad an el amor, con estar con quien uno quiera cuando uno quiera

¿no es así?

amor

:-)