martes, octubre 23, 2007

ELVIRA Y SUS RECUERDOS, Sonia, 1ro. De octubre de 2007.





Para mi hermana menor, Giselle, inquieta visitante del Mercado.



Hace un par de años que Elvira Santana enviudó. Junto con José, su marido, se fue aquella vida compartida, aquellos atardeceres tibios en los que las palabras sobraban mientras la ceremonia del té nunca faltaba.

Hoy, sus fines de semana transcurren dentro de un pequeño espacio que contiene casi todo aquello que la rodeó durante su vida matrimonial: el puesto número ciento cuarenta y ocho del Mercado de las Pulgas.
Elvira es una mujer joven aún, “se la ve muy gaucha”, comentan sus colegas. De todas formas, Elvira es distinta a las demás mujeres del Mercado. Si bien su aspecto no es lo que puede calificarse de elegante, no está mal vestida. Lo que pasa, es que ya casi no le queda ropa, pues junto con muchos objetos que poblaban su departamentito en Montserrat, vendió la ropa “buena y de marca” que tenía. Es el caso del pulover verde inglés cuello alto, comprado en Harrod´s. Ay, ¿quién estará usando semejante belleza? -se pregunta Elvira mientras dos chicas “bian” entran en su boliche.
- Haceme caso Marina, no muestres tanto entusiasmo por el juego de té, que la mina esta se aviva, y nos da con un caño.
- Está bien nena, ¡ya me lo dijiste en lo del tipo de las sillas!
Elvira las mira y trata de no reírse. No le caen antipáticas, y su experiencia le dice que van a comprar algo. Disimuladamente las mira de arriba a abajo. –¿Lindas, eh? Se dice a si misma.
- Buenas tardes señora, queremos saber cuanto sale este juego de té y para cuantas personas es...
- Si, querida. Es porcelana japonesa, está completo y tiene poco uso. Miren qué belleza el platito para las masas dice recordando tiernamente una masita en especial que le gustaba a José...
- Si, si. Pero ¿cuánto sale?
- Por cuatrocientos pesos te lo llevás...¿qué me decís?
- Mmmm...Codeando a su hermana, Gaby, le contesta que darían una vueltita para pensarlo y regresarían.

El puesto de Elvira Santana era muy lindo. Estaba ordenado y limpio y tenía una particularidad: estaba decorado como si fuese realmente el liviing-comedor de una casa. Seguramente, ella había organizado los objetos de manera tal para que así luciese. De esa forma, no extrañaría tanto el departamento que había compartido con José durante más de treinta años.
Sillones de pana verde, una araña, un vajillero, un espejito francés que había heredado de su tía Angélica, la del petit hotel en Caballito, dos figuras art-decó que lucía con orgullo en su comedor los viernes cuando José Rivero, su marido, invitaba a los compañeros del Ministerio a cenar. Los cubiertos con las iniciales de sus padres, los manteles bordados a mano, y el juego de té inglés que ahora necesitaba un urgente replateado. Porque Elvira y José habían vivido muy bien y nunca se imaginaron que con la muerte de uno de ellos, se iría todo ese bienestar. En realidad tampoco se imaginaron que Facundo, su único hijo, fuera a ser estafado en un negocio de esos que llaman “filipinos” en la Patagonia, y que ellos debiesen poner todo su capital para salvarlo.
Elvira no bajó los brazos aunque su departamento fue embargado, y tuvo que empezar de cero. Alquiló ese puesto en el Mercado de las Pulgas, cargó sus bártulos y desde hace dos años vende lo que le queda y también lo que le dan sus amigas vuidas y separadas que necesitan hacerse de un dinero. A fin de mes ella y su hijo tienen para mantenerse y eso le basta.
- “Sacate todo lo que te traiga mala onda, pero no te desprendas de aquello que después nunca vas a poder recuperar” les aconseja a las personas que le llevan mercadería.

Marina y Gaby vuelven. Elvira les sonríe e imagina sus vidas. Las ve frescas, alegres y sin mayores preocupaciones. Se recuerda, cuando tenía aquellos preciados treinta años y disfrutaba de los paseos con José por San Telmo, mirando antigüedades. La historia se repite.
- Bueno señora, nos gusta mucho el juego de té, la verdad, es precioso. La miró a Gaby y le preguntó porque era tan expresiva...¿no la había retado hacía minutos por eso?
- Entonces lo llevan...
- Sí pero no a ese precio. Le hacemos una oferta por trescientos sesenta.
- ¿Trescientos ochenta?
- No, es mucho...estuvimos viendo otros, ninguno llega a los trescientos pesos.
- Ah, querida pero este es diferente. El tornasolado y el diseño se pagan.
- Bue, está bien, pero dejémoslo en trescientos setenta.
- Está bien, hecho. Hagan una cosa, por favor: dense una vueltita por ahí, que en diez minutos lo tengo envueltito y listo. ¿Está bien?
- Sí, sí. Hasta luego.
Elvira no les pidió un adelanto por haber notado a las dos chicas muy seguras. Mientras envolvía cada pieza en papel de revista pensaba en el destino del juego de té y en su procedencia. Había sido el regalo de bodas de su padrino. ¿Cuántos litros de agua habrían bañando esas tazas que iban desde el azul francia hasta el rosa intenso en un tornasolado arco iris fino y desafiante? ¿Cuantas veces las había acomodado en el aparador de roble oscuro que ahora desde el fondo del puesto las miraba obstinado al abandonar sus estantes?
Elvira notó una leve baja en la tensión de la luz y miró hacia el techo. La araña de caireles checos tampoco quería que las tazas partieran. Casi no se veía nada y Elvira detuvo su trabajo. Las dos clientas aparecieron.
- ¿Todo bien? ¿Qué pasa?
- No, nada querida. Me faltan un par de piezas. Lo que sucede es que bajó la luz y no quiero que se me rompan...
- Le voy pagando...trescientos setenta, ¿okey?
Elvira tomó el dinero, saludó a las chicas y se apresuró a reacomodar el aparador.
Más tarde, sonreía complacida al darse cuenta de que el platito de masas tan querido, había quedado sin envolver, justo debajo de una revista que por la poca luz casi no se veía.

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