
Sabrina pensó que jamás llegaría a contar esta historia. Por muchos años no quiso recordar aquellos días en los que su cuerpo estaba casi casi separado de su cabeza y en los que se tambaleaba entre pensamientos nocivos. Estaba paralizada. ¿Habría algo que la hiciese salir de esa inercia?
¿Qué punto débil debía ser manipulado por el destino para que Sabrina arrancara?
Por aquel verano la pobre no hallaba respuesta. No se encontraba en sus cabales. Muchos le decían que estaba en un momento de cambio, que las crisis ocurrían y que nadie se salvaba de la depresión. Pero para ella era duro de comprender pues su hemisferio derecho no obedecía a la razón y sí a las fantasías.
Sabrina no estaba bien y no sabía qué le pasaba. Había visitado médicos, homeópatas, brujos y sanadores, pero una tristeza ensordecedora no la dejaba en paz. Trataba de dilucidar qué había originado tal malestar. Pero nada. La “Nada” la habitaba y su única certeza era el espiral descendente en el que había entrado.
Una mañana, su novio le sugirió algo distinto:
_Sabri, no podés seguir así, escuchame...
Hace un tiempo, yendo al laburo, escuché que hay un flaco que te hipnotiza y te saca toda la mier...que tenés en la cabeza. Andá a verlo y no jodas más.
Sabrina levantó levemente la cabeza de la almohada y en una hojita garabateada del anotador que tenía en la mesa de luz, anotó el nombre de la radio y el locutor: FM 94,7 Arnaldo Templanza.
_Está bien, voy a llamar y voy a averiguar dónde atiende. Total...qué más da: ya hice de todo.
Martín la besó en la frente y aliviado de salir de la borrascosa habitación, se fue a trabajar. Hasta la noche no tendría que soportar sus reiterativos lamentos.
_Hola, si...mire yo escucho al Dr. Arnaldo Templanza y me gustaría ir a verlo.
_Ah...a ver... yo soy nuevo pero me fijo en la agenda, espere..
Pasaron unos minutos y Sabrina pensó que le habían cortado cuando...
_Señorita, ¿está ahí? Disculpe...acá lo encontré: Arnaldo Templanza, no dice doctor pero debe ser...
_Sí, Sí no importa, ¿qué número?
_Tengo sólo la dirección...
Al cabo de unos minutos Sabrina ya tenía la información. Esperó a primera hora de la tarde y llamó un taxi. Esa mañana había experimentado una sensación extraña para ella desde hacía muchos meses: la ilusión.
_Corrientes 1490 por favor.
Quedaba cerca de su casa, así que rápidamente estuvo frente a la casona francesa de dos pisos y escaleras de mármol.
Aunque sus delgadas piernas temblaban, subió rápidamente. Tocó el timbre y enseguida un hombre de chivita, vestido íntegramente de negro, la hizo pasar. Hablaba en voz muy bajita y Sabrina apenas podía entenderle. Ella le mencionó que estaba interesada en un tratamiento hipnótico que había escuchado en la radio y el hombre pareció no comprender. Le entregó un número y le dijo que la llamarían.
Sabrina estaba muy nerviosa, se movía de un extremo a otro del amplio salón deteriorado y miraba las caras de la otras personas que habitaban el hall. Todos le parecían horriblemente extraños. Había un hombre obeso que sacaba bizcochitos de grasa de una bolsa de plástico y comía sin cesar haciendo ruido, una señora calva de ojos saltones que parecía devorarla con la mirada, y un joven de pelo largo que leía la Biblia.
Se acercó a un pequeño y viejo escritorio en donde estaba el hombre que le había abierto la puerta, y le dijo:
_Disculpe, usted me ha dado un número y desde que legué, hace casi cincuenta minutos, no han llamado a nadie.
_Lo siento, el maestro está atendiendo. Tenga paciencia, ya la va a llamar.
_Usted me avisa ¿no? Le preguntó ansiosamente Sabrina.
El hombre la miró de forma amenazante a los ojos y subió la escalera. Sabrina regresó a su asiento y bajó la mirada. Estaba a punto de llorar.
Después de una hora y media de espera, decidió volver a la carga con el reclamo...pero el recepcionista no había bajado así que decidió ir a ver qué sucedía en el primer piso.
Sus sandalias resonaban en el mármol gastado de la vieja casa. Los otros “clientes” la miraban envidiosos pero no se movían. Parecían de cera.
Como por arte de magia, el recepcionista apareció frente a ella.
_A ver, señorita, ¿qué pasa?, ¿cuál es la prisa? Ya le dije: el maestro está ocupado. Espere abajo.
Sabrina estuvo a punto de irse pero:¿y su desazón?, tal vez el Sr. Templanza podía exorcizar sus penas. Así que decidió quedarse. Se preguntó cuánto cobraría ya que las personas que aguardaban, estaban muy pobremente vestidas.
El tiempo seguía pasando y nada. No llamaban ni a ella ni a nadie. Fue cuando decidió preguntarle a cada uno de los supuestos pacientes qué número tenían. Ninguno le contestó. El joven que leía ni siquiera levantó la vista. A Sabrina se le cerró la garganta. La angustia que antes no tenía explicación, ahora tomaba nombre y forma: pánico. Todos sus temores se materializaron en un instante y aquella sensación de angustia permanente mutó por en inquietud, por las ansias de descubrir en qué se había metido.
En ese momento, mientras sus piernas tomaban la agilidad de una liebre, una voz como venida del más allá le gritó en tono impertinente:
_La señorita, que suba por favor.
Sabrina, temerosa y decidida subió. Delante de una puerta doble con visillos amarillentos, un hombre alto de ojos saltones y vestimenta oscura la hizo pasar.
_Escuche: primero, para que yo sepa que usted confía en mi, deberá depositar en la caja de color violeta que ve acá, trescientos pesos. Si no tiene ponga el reloj que lleva puesto.
Sabrina abrió su cartera y sacó el dinero. A esa altura era lo que menos le importaba.
_Gracias, bueno, ahora: a dormir princesa.
_¿Qué tengo que hacer?
_Siéntese ahí de espaldas a mi. Le voy a hacer diez preguntas.
Sabrina ya estaba sentada cuando el señor Templanza agregó:
_Cierre los ojos y conteste.
_Está bien.
_¿Dónde vive?
_Maipú al 900, inventó Sabrina.
_¿Con quién?
_Sola, inventó nuevamente.
La sala se llenó de un humo denso y atractivo. Pero Sabrina hizo fuerza para mantenerse atenta y no se durmió. No se dejaría vencer una vez más por los avatares de la mente...A partir de ese momento será ella en cuerpo y mente la que decidirá cómo sentirse.
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