martes, agosto 26, 2008

Ani


Sonia, 5 de abril de 2008.
Para Ani Zhuang Liu, quien día a día me enseña sin darse cuenta cómo educar a mi hija.



Mi nombre es Ani y soy una niña de apenas nueve años. Nací un otoño porteño cuando hacía sólo unos meses que mis padres habían desembarcado por casualidad en Buenos Aires. ¿Por qué casualidad? ...Esta es la historia:
Mis padres se casaron en Beijing, allá por los noventa. Tiempos en los que muchos pares buscaban otro tipo de vida lejos de allí. Un contacto, David, también chino, les prometió una visa para los Estados Unidos en dónde mamá y papá tenían a varios compatriotas conocidos. Así que todos sus ahorros, más la ayuda de las respectivas familias, fueron a parar a bolsillos de “don” David, quien se dio el lujo de hacerse esperar. El “mientras” fue muy doloroso pues con los bolsos hechos y la pena de una promesa sin cumplir, pasaban los días y las ilusiones se iban tiñendo de gris.
Una mañana de primavera, mientras mamá bordaba en la galería de la modesta casa de sus padres, David se hizo escuchar por última vez...
- Ana, les conseguí la visa para Argentina, es un país grande también. Vayan nomás, después verán como encontrarse con sus amigos. Si no lo hacen pronto se vencerá el plazo. Y cortó.

Pasaron algunos días y mis padres volaron en muchos tramos y horas a Buenos Aires...No conocían a nadie, no sabían el idioma, estaban perdidos en una gran ciudad en donde el invierno era casi cálido.
- Qué raro Michael, hace calor acá y nos dijeron en el avión que ya era invierno...
Papá sonrió y con su campera de corderito bajo el brazo, miró el horizonte gris y plano que se extendía a lo largo de la autopista Richieri. Le preguntaron mediante señas y palabras sueltas al colectivero adonde era el barrio chino en Buenos Aires. Al cabo de una hora larga estaban en la esquina de Montañeses y Arribeños. Es increíble, aún hoy, mientras yo escribo estas líneas en la computadora de mi Sonia, mi madre argentina, ellos siguen en esa esquina. Claro, mi mamá ya no es una paracaidista llegada de China, y mi papá es un señor chino muy occidentalizado.
Pasaron casi diez años. Hago una...diríamos doble vida: una china, y otra argentina. Tengo dos familias, la propia y la adquirida. Vivo en el barrio chino en un ph modesto pero no me falta nada. Mis padres tienen un negocio y trabajan de martes a domingo de corrido y muchas horas. Durante la semana vivo con ellos y como chowfan y empanaditas chinas, entre otras cosas. En cambio el fin de semana, ayudo a Felipe a hacer el asado. A pesar de ser hija única tengo una hermana. Se llama Delfina. Es muy linda, siempre se lo digo. Físicamente somos muy diferentes. Ella es rubia, de ojos color miel, blanca y delgada. Yo soy de tez oscura, mi pelo es negro azabache y soy muy alta: salgo a mis padres. A pesar de esto: somos muy parecidas: nos gusta leer y jugar con las princesas de Disney. Yo no fui nunca pero vi todas las películas en su casa y me rodean todos los fines de semana sus personajes. Disfrutamos mucho y qué bien que lo paso...conozco muchos countries de las afueras de Buenos Aires, restaurantes, el campo argentino...mi “madrina” como la llamo a Sonia, siempre me explica qué son los gauchos, la historia de las estancias y hasta me ofrece un mate de vez en cuando. Escuchamos música de Piazzolla y hasta frecuento a Guillermo Vilas. Me encantan el dulce de leche y un chico llamado Facundo. ¡Por él me hice de Boca!
A veces, cuando estoy en mi casa con mis padres, los veo rodeados de dragones, telas brillantes y ese olor tan característico de las casas chinas y me pregunto si sabrán que existe otro mundo allá afuera. Si, yo les cuento mi vida en casa de los Perez, pero no se si llegan a entender. Porque ya no soy Ani, la amiga china de Delfina. Soy Ani, una niña porteña con la apariencia, la forma de hablar, el encanto y las dudas de las niñas de Belgrano y del colegio a dónde mis padres con gran esfuerzo me mandan. Porque eso si que lo valoraré siempre: ellos no descansan para que yo esté donde estoy. Lo que no se si saben es que estoy en el perfecto equilibrio: entre oriente y occidente, entre ser hija única y no serlo. Aplicando día a día la sabiduría de oriente en el revoltoso occidente. Y trato, con algunos consejos que Delfina sea menos caprichosa y que valore todo el tiempo que sus padres a ella le dedican.
Para mi, lo más importante es tenerla y que ella me tenga a mi. Para siempre. Soy una niña aún pero lo sé. Lo siento y es recíproco. Sus ojos me lo confirman día a día.
Mis padres siempre me dicen que Dios sabe porqué hace las cosas y que gracias a aquella estafa de un compatriota, Delfina y yo caminamos y descubrimos el mundo juntas: el de ella y el mío, que ya es el nuestro.
El ámbito que me rodea ahora se le parece al de aquel entonces. La placita triangular, las veredas originales de la época, gente que va y viene y el vendedor ambulante que vi en ese entonces y al que vuelvo a ver ahora a través de la ventana del barcito en el que te estoy esperando. Y sos vos lo único que cambia el escenario. Tu inminente presencia.
Mi nombre es Ani y soy una niña de apenas nueve años. Nací un otoño porteño cuando hacía sólo unos meses que mis padres habían desembarcado por casualidad en Buenos Aires. ¿Por qué casualidad? ...Esta es la historia:
Mis padres se casaron en Beijing, allá por los noventa. Tiempos en los que muchos pares buscaban otro tipo de vida lejos de allí. Un contacto, David, también chino, les prometió una visa para los Estados Unidos en dónde mamá y papá tenían a varios compatriotas conocidos. Así que todos sus ahorros, más la ayuda de las respectivas familias, fueron a parar a bolsillos de “don” David, quien se dio el lujo de hacerse esperar. El “mientras” fue muy doloroso pues con los bolsos hechos y la pena de una promesa sin cumplir, pasaban los días y las ilusiones se iban tiñendo de gris.
Una mañana de primavera, mientras mamá bordaba en la galería de la modesta casa de sus padres, David se hizo escuchar por última vez...
- Ana, les conseguí la visa para Argentina, es un país grande también. Vayan nomás, después verán como encontrarse con sus amigos. Si no lo hacen pronto se vencerá el plazo. Y cortó.

Pasaron algunos días y mis padres volaron en muchos tramos y horas a Buenos Aires...No conocían a nadie, no sabían el idioma, estaban perdidos en una gran ciudad en donde el invierno era casi cálido.
- Qué raro Michael, hace calor acá y nos dijeron en el avión que ya era invierno...
Papá sonrió y con su campera de corderito bajo el brazo, miró el horizonte gris y plano que se extendía a lo largo de la autopista Richieri. Le preguntaron mediante señas y palabras sueltas al colectivero adonde era el barrio chino en Buenos Aires. Al cabo de una hora larga estaban en la esquina de Montañeses y Arribeños. Es increíble, aún hoy, mientras yo escribo estas líneas en la computadora de mi Sonia, mi madre argentina, ellos siguen en esa esquina. Claro, mi mamá ya no es una paracaidista llegada de China, y mi papá es un señor chino muy occidentalizado.
Pasaron casi diez años. Hago una...diríamos doble vida: una china, y otra argentina. Tengo dos familias, la propia y la adquirida. Vivo en el barrio chino en un ph modesto pero no me falta nada. Mis padres tienen un negocio y trabajan de martes a domingo de corrido y muchas horas. Durante la semana vivo con ellos y como chowfan y empanaditas chinas, entre otras cosas. En cambio el fin de semana, ayudo a Felipe a hacer el asado. A pesar de ser hija única tengo una hermana. Se llama Delfina. Es muy linda, siempre se lo digo. Físicamente somos muy diferentes. Ella es rubia, de ojos color miel, blanca y delgada. Yo soy de tez oscura, mi pelo es negro azabache y soy muy alta: salgo a mis padres. A pesar de esto: somos muy parecidas: nos gusta leer y jugar con las princesas de Disney. Yo no fui nunca pero vi todas las películas en su casa y me rodean todos los fines de semana sus personajes. Disfrutamos mucho y qué bien que lo paso...conozco muchos countries de las afueras de Buenos Aires, restaurantes, el campo argentino...mi “madrina” como la llamo a Sonia, siempre me explica qué son los gauchos, la historia de las estancias y hasta me ofrece un mate de vez en cuando. Escuchamos música de Piazzolla y hasta frecuento a Guillermo Vilas. Me encantan el dulce de leche y un chico llamado Facundo. ¡Por él me hice de Boca!
A veces, cuando estoy en mi casa con mis padres, los veo rodeados de dragones, telas brillantes y ese olor tan característico de las casas chinas y me pregunto si sabrán que existe otro mundo allá afuera. Si, yo les cuento mi vida en casa de los Perez, pero no se si llegan a entender. Porque ya no soy Ani, la amiga china de Delfina. Soy Ani, una niña porteña con la apariencia, la forma de hablar, el encanto y las dudas de las niñas de Belgrano y del colegio a dónde mis padres con gran esfuerzo me mandan. Porque eso si que lo valoraré siempre: ellos no descansan para que yo esté donde estoy. Lo que no se si saben es que estoy en el perfecto equilibrio: entre oriente y occidente, entre ser hija única y no serlo. Aplicando día a día la sabiduría de oriente en el revoltoso occidente. Y trato, con algunos consejos que Delfina sea menos caprichosa y que valore todo el tiempo que sus padres a ella le dedican.
Para mi, lo más importante es tenerla y que ella me tenga a mi. Para siempre. Soy una niña aún pero lo sé. Lo siento y es recíproco. Sus ojos me lo confirman día a día.
Mis padres siempre me dicen que Dios sabe porqué hace las cosas y que gracias a aquella estafa de un compatriota, Delfina y yo caminamos y descubrimos el mundo juntas: el de ella y el mío, que ya es el nuestro.

Ani, Sonia, 5 de abril de 2008.
Para Ani Zhuang Liu, quien día a día me enseña sin darse cuenta cómo educar a mi hija.



Mi nombre es Ani y soy una niña de apenas nueve años. Nací un otoño porteño cuando hacía sólo unos meses que mis padres habían desembarcado por casualidad en Buenos Aires. ¿Por qué casualidad? ...Esta es la historia:
Mis padres se casaron en Beijing, allá por los noventa. Tiempos en los que muchos pares buscaban otro tipo de vida lejos de allí. Un contacto, David, también chino, les prometió una visa para los Estados Unidos en dónde mamá y papá tenían a varios compatriotas conocidos. Así que todos sus ahorros, más la ayuda de las respectivas familias, fueron a parar a bolsillos de “don” David, quien se dio el lujo de hacerse esperar. El “mientras” fue muy doloroso pues con los bolsos hechos y la pena de una promesa sin cumplir, pasaban los días y las ilusiones se iban tiñendo de gris.
Una mañana de primavera, mientras mamá bordaba en la galería de la modesta casa de sus padres, David se hizo escuchar por última vez...
- Ana, les conseguí la visa para Argentina, es un país grande también. Vayan nomás, después verán como encontrarse con sus amigos. Si no lo hacen pronto se vencerá el plazo. Y cortó.

Pasaron algunos días y mis padres volaron en muchos tramos y horas a Buenos Aires...No conocían a nadie, no sabían el idioma, estaban perdidos en una gran ciudad en donde el invierno era casi cálido.
- Qué raro Michael, hace calor acá y nos dijeron en el avión que ya era invierno...
Papá sonrió y con su campera de corderito bajo el brazo, miró el horizonte gris y plano que se extendía a lo largo de la autopista Richieri. Le preguntaron mediante señas y palabras sueltas al colectivero adonde era el barrio chino en Buenos Aires. Al cabo de una hora larga estaban en la esquina de Montañeses y Arribeños. Es increíble, aún hoy, mientras yo escribo estas líneas en la computadora de mi Sonia, mi madre argentina, ellos siguen en esa esquina. Claro, mi mamá ya no es una paracaidista llegada de China, y mi papá es un señor chino muy occidentalizado.
Pasaron casi diez años. Hago una...diríamos doble vida: una china, y otra argentina. Tengo dos familias, la propia y la adquirida. Vivo en el barrio chino en un ph modesto pero no me falta nada. Mis padres tienen un negocio y trabajan de martes a domingo de corrido y muchas horas. Durante la semana vivo con ellos y como chowfan y empanaditas chinas, entre otras cosas. En cambio el fin de semana, ayudo a Felipe a hacer el asado. A pesar de ser hija única tengo una hermana. Se llama Delfina. Es muy linda, siempre se lo digo. Físicamente somos muy diferentes. Ella es rubia, de ojos color miel, blanca y delgada. Yo soy de tez oscura, mi pelo es negro azabache y soy muy alta: salgo a mis padres. A pesar de esto: somos muy parecidas: nos gusta leer y jugar con las princesas de Disney. Yo no fui nunca pero vi todas las películas en su casa y me rodean todos los fines de semana sus personajes. Disfrutamos mucho y qué bien que lo paso...conozco muchos countries de las afueras de Buenos Aires, restaurantes, el campo argentino...mi “madrina” como la llamo a Sonia, siempre me explica qué son los gauchos, la historia de las estancias y hasta me ofrece un mate de vez en cuando. Escuchamos música de Piazzolla y hasta frecuento a Guillermo Vilas. Me encantan el dulce de leche y un chico llamado Facundo. ¡Por él me hice de Boca!
A veces, cuando estoy en mi casa con mis padres, los veo rodeados de dragones, telas brillantes y ese olor tan característico de las casas chinas y me pregunto si sabrán que existe otro mundo allá afuera. Si, yo les cuento mi vida en casa de los Perez, pero no se si llegan a entender. Porque ya no soy Ani, la amiga china de Delfina. Soy Ani, una niña porteña con la apariencia, la forma de hablar, el encanto y las dudas de las niñas de Belgrano y del colegio a dónde mis padres con gran esfuerzo me mandan. Porque eso si que lo valoraré siempre: ellos no descansan para que yo esté donde estoy. Lo que no se si saben es que estoy en el perfecto equilibrio: entre oriente y occidente, entre ser hija única y no serlo. Aplicando día a día la sabiduría de oriente en el revoltoso occidente. Y trato, con algunos consejos que Delfina sea menos caprichosa y que valore todo el tiempo que sus padres a ella le dedican.
Para mi, lo más importante es tenerla y que ella me tenga a mi. Para siempre. Soy una niña aún pero lo sé. Lo siento y es recíproco. Sus ojos me lo confirman día a día.
Mis padres siempre me dicen que Dios sabe porqué hace las cosas y que gracias a aquella estafa de un compatriota, Delfina y yo caminamos y descubrimos el mundo juntas: el de ella y el mío, que ya es el nuestro.

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