martes, junio 05, 2007

La Carterita




Lo compré en Juan Pérez...¿No es divino?, me había contestado Mariana aquella vez en mi cumpleaños, cuando le halagué el tapado con el que llegó. En el momento pensé que me estaba cargando, que se hacía la “sota” para no darme el dato preciso. Porque seguramente notaste, que algunas amigas te cuentan con lujo de detalles sus experiencias sexuales, pero no revelan ni locas quiénes su son su cosmetóloga o su masajista, ni dónde compran su ropa. Algo de lo que yo no padezco, ya que por el contrario, soy la primera en avisarles “a dónde conseguí ese pantalón negro de un corte espectacular o esas chatitas de última moda, a precios increíbles”.
Pero en fin, hoy se que Mariana me decía la verdad y que Juan Pérez era el nombre de un local en Barrio Norte, que años más tarde me hizo vivir un momento muy especial y soñar...
Hace unos días, había terminado de hacer unos trámites con mi madre por la zona de Santa Fe y Callao, cuando a punto de subir al auto, leí en la vereda de enfrente: VESTITE EN JUAN PÉREZ, desde 1978. Un cartel bastante arruinado con letras rojas pintadas a mano, me hizo recordar aquel tapadito tres cuartos que tenía puesto Mariana.
Y claro, mujeres al fin, caímos en la tentación de entrar al lugar. Mamá, como siempre elegante, me dijo antes de entrar:
¿Qué es esto? - ¿Estás segura de que esa amiga tuya te lo nombró?
Si mamá, y no sabés lo que era ese tapado. Con decirte, que viendo las fotos, llegué a la conclusión de que era la mejor vestida del cumpleaños.
La convencí y toqué el timbre. Un señor mayor con cara de “pocos amigos” abrió la pequeña puerta de vidrio. El local estaba repleto de percheros de punta a punta, había cajas de cartón enormes que contenían vaya a saber qué cosa. En la pared del fondo: muchos sombreros colgando.
No se puede creer Marina, esto es de película.
Si, tal cual ma. ¡Mirá esa pollera con búlgaros!¿ No es brutal?
Mamá se acercó, acarició con algo de aprehensión la tela con sus finas manos, y me dijo:
¡Esto no parece usado!
Ahí recién caí en la cuenta de que todo lo que se vendía en Juan Pérez era usado.
¡Qué asco!
Ay hija, es obvio, ¿no ves que no hay nada repetido? Vení, miremos los tapados. Tanto que te gustó el de Mariana ... . - Epa, éste es un Valentino auténtico. Yo que conozco de marcas y te digo: es bastante actual, a ver la etiqueta...¡trescientos pesos! Un regalo!
Vos estás loca mami, yo no me patino trescientos pesos en un tapado que andá a saber quién lo usó.
Marina, no seas supersticiosa. Vos siempre con esas ideas. Lo mandás a la tintorería y listo.

Seguimos revolviendo cada uno de los percheros. Había de todo y la verdad es que se notaba que la ropa era buena. Nadie nos acosaba con las típica pregunta: ¿Te ayudo? Qué buscas?. Miramos todo, mamá reconocía todos los modelos y sus modistos, y me repetía: “ ojo, esto se sigue usando “.
Como a mi me daba impresión, intentaba no tocar nada. Ni siquiera la bijoux que estaba exhibida con bastante buen gusto, en una mesita antigua.
En el negocio había mucha gente, pero mamá y yo nos movíamos a nuestras anchas chusmeando absolutamente todo. Podría decir que habíamos perdido la noción del tiempo, porque para colmo ni el celular tenía porque cuando entramos, nos hicieron dejar guardados las carteras y los abrigos en un armario con llave, que colgaba de una cinta también antigua, del cuello de mamá.
Pasó el tiempo y así me fui haciendo amiga de los objetos usados que me gustaban: le pasé la mano a una camisa de seda de Emilio Pucci, a unos pantalones de cuero de Versace, a una campera de Arman, a un vestido de noche de Tahari y a algunos tapaditos que me recordaban aquel que Mariana, llevaba orgullosa, casi como si le hubiera pertenecido desde su confección. Habían pasado que se yo, tres, cinco años desde ese cumple mío y lo seguía tenendo en mente: era de línea A, de brocado de seda verde agua y el cuello, que era lo que más me había impactado, era redondo. Así se usaba en los sesenta.¿ Lo conservaría aún? Tal vez lo había llevado a vender de vuelta a Juan Pérez...Nos fijamos para ver si estaba. Le pedí a mamá que me ayudase y me dijo que estaba loca, que primero no quería saber nada de la ropa usada y que ahora buscaba un tapado que habría sido al menos de dos mujeres diferentes.
Habían pasado casi dos horas cuando me rendí y decidimos irnos. Mamá le entregó la llave a una rubia teñida que nos había asignado el locker al entrar, y mientras ésta sacaba nuestras cosas eché una ojeada general a la tienda. Mis ojos recorrieron la pared posterior al mostrador. Había colgada una gran variedad de carteras.¿ Cómo no las habia visto antes?. En su mayoría, eran muy viejas y feas. Pero una, me encandiló. Tenía algo mágico, me miraba desde allá arriba...
Vamos hija, es tarde.
Esperá, quiero ver esa carterita. - Señorita, ¿me la baja por favor? La negra, la del mango tipo carey.
Cuando la tuve en mis manos, me olvidé de las supersticiones, de la higiene y de todo lo que había visto en Juan Pérez.
¿Cuánto sale?
Treinta pesos, señora.

Mamá, que ya se había puesto el tapado me miró y dijo: “Es preciosa, debe ser lo más viejo de este local, se usaban cuando yo tenía veintipico. Qué lástima, si hubiese sabido...te hubiese guardado alguna de las que usaba tu abuela”.
La llevo, le dije a la empleada. - Tengo justo treinta, tome.


Salí de Juan Pérez feliz con mi compra. El sólo imaginar a esa carterita en el estante del placard, me hizo olvidar del frío, del tapado de Mariana y de la maratón de tareas que me esperaban en casa. Mamá me aconsejó limpiarla para sacarle “las ondas del pasado”.
Mirá, le pasas Blem al cuero y alcohol a la manija y a los herrajes, pero por favor no la vayas a arruinar que es muy fina, no como las basuras de ahora.
Cuando llegué a casa fui directo a la cocina. Tomé el Blem y el alcohol y apoyé mi carterita negra en la mesada de granito. Abrí la solapa de adelante y metí la mano. Del bolsillo interno con cierre, casi tímidamente, asomaba una tarjetita de cartulina muy arrugada y amarillenta. Pensé que la rubia había dejado el precio, pero no, cuando la leí decía: “Feliz día de la madre, tu hija que te adora...Inés. Buenos Aires, 1964”.
¡Era la letra de mamá!
La llamé muy emocionada. Ella, sollozando me logró contar: Hija, es increíble, mirá a dónde vino a parar la cartera que le regalé a mi madre un día de la madre! ¡Y justo el año en que vos naciste! Evidentemente tenía que ser tuya Marina. No la limpies mucho”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

So es excelente y profundamente emotiva la historia, me hizo llorar. No puedo creer que te pasó realmente...y una curiosidad, también de mujer como decís vos, existe Juan Perez realmente? Porque si es así espero que algún día vayamos juntas!!
Puedo decir que en cada detalle te imaginaba y pensaba, si así es SO, tal cual como lo contas,muchos besos !!!