viernes, mayo 25, 2007

Mafia, Sonia, 14 de mayo de 2007.

Manuel Monasterio procuraba tomarse el habitual descanso (de la siesta) en el momento en que Paula su secretaria, lo interceptó en el hall previo a su despacho.
_ Señor, en recepción tengo a una postulante para el protagónico del corto, viene recomendada por el cineasta Atilio Rosales.
_Otro favor...y bueno Paulita, no queda otra, al tipo hay que tenerlo contento ¿No?
Manuel era un hombre muy particular. Infatigable y simpático le indicó a Paula que hiciera pasar a la postulante, y entró a su oficina.
Era una habitación bastante precaria y sin mantenimiento. Las paredes tenían varias manchas de humedad y el desorden estaba a la orden del día. Si embargo, todos esos detalles pasaban inadvertidos ante la presencia arrolladora de Manuel. No se trataba de que fuese un hombre guapo. Era más que eso: era un hombre irresistiblemente deforme. Alto, delgado y muy encorvado, debía apoyarse en un bastón para no caer. Por ello, su tronco ejercía una torsión hacia el lado izquierdo cada vez que daba un paso. Su mano derecha se apoyaba sobre el puño del lado contrario que envolvía el cabezal del antiguo bastón de madera.
_Buen Día, mi nombre es Marina, se presentó suavemente invasiva, la mujer de cabello oscuro y pesado.
_Encantado, me dijeron que venís de parte de Atilio y que no tenés experiencia previa. Osado lo tuyo, nena...
_Tal cual, señor. Pero tengo algo que le aseguro que le puede resultar inaudito: tiempo e información.
_¿Ah sí?, a ver: ¿cuántos años tenés?
_Cuarenta. La edad justa, le respondió Marina naturalmente seductora.
_Una criatura, no sé qué me podés contar que no sepa de Atilio, pero bueno...sos muy linda para decirte que no, _respondió Manuel, recorriéndola con la mirada sin pudor alguno.
Luego de un juego en el que los dos participaron sin temor, Marina le pidió conocer la productora. Y lo hicieron hasta llegar hasta el café, ubicado en el subsuelo. Hacía unos años había tenido que hacer ensanchar la escalera para poder desplazarse con más comodidad, pues a pesar de que era el jefe y podía hacerse llevar lo que quisiese a su escritorio, le encantaba el bullicio y el ambiente estudiantil del barcito.
Esa mañana Manuel llevaba puesto un pantalón de tweed, una camisa impecablemente planchada y un chaleco de lana azul. Los zapatos marrones, acordonados. A pesar de su renguera y de la escoliosis que le deformaba la espalda, era un hombre elegante y muy interesante. Su edad era difícil de calcular, pero podría estar entre los sesenta y los sesenta y algo.
Marina y Manuel simpatizaron enseguida y aquel compromiso de quedar bien para con su colega cinematográfico, se transformó en un placer y en una aventura de los que ninguno de los dos quiso escapar.
A Marina le resultaba pintoresca la combinación del sórdido lugar y de la seducción de aquel hombre maduro que nunca dejaba de mirarla a los ojos. Esos ojos le decían que había otra clase de hombres que nada tenían que ver con el estilo de Atilio.Sentía que ésta era la oportunidad para salir de la turbulenta vida en la que había entrado años atrás, trabajando para Rosales y la mafia del cine.
Sentados en la barra, el juego de la seducción mutua pudo mantenerse aparte del parloteo, del humo y de los ruidos que ocasionaban los platos, las copas y la cafetera expresso.
De pronto, un ruido. Un ruido que sólo pudo percibir el dueño del lugar, Manuel. Desde las escaleras dos hombres de traje oscuro aparecieron en medio del bar. Era extraño, no iban armados . Se fueron mezclando con el público y se dirigieron directamente hacia Manuel que, temerosamente atento, ni se inmutó ante la amenazante actitud de los malhechores. Conocía su palo.
Marina, comenzó a sollozar y lo tomó de un brazo.
_La piba está fingiendo, Monasterio, la mandaron a ella a buscarte pero parece que no le da el cuero...hace dos horas que la dejamos en la puerta.
Marina, ahora pálida y avergonzada soltó la manga del saco de Manuel y se quedó inmóvil.
_Vamos, hombre, acompáñenos.
_Está bien, pero a ella déjenla escapar. Evidentemente está arrepentida.
_¿Estás loco vos? Traicionó a don Atilio y no vamos a permitir que no pague. _Vení acá mamerta, dijo abalanzándose hacia Marina para agarrarla. Sin embargo: no pudo. Sin perder la compostura y con un movimiento parecido a los que se practican en el Tai-Chi, Manuel revoleó su pierna sana y con el bastón en la mano derecha, golpeó los cuellos de los hombres de un saque. Cayeron como fichas de ajedrez y ahí sí, el pánico inundó el lugar. Sirenas de ambulancia se escuchaban desde el sótano ahora sórdido y vacío. Marina no se apartó del lado de Manuel. Finalmente no se había equivocado. Era un hombre valiente.
Ya en dependencias de la Policía, ella confesaría formar parte de la mafia del cine y sería absuelta. Atilio Rosales la había mandado a ver a Manuel para seducirlo y llevarlo a un hotel. Pero ella hacía tiempo que quería salir del mal ambiente mafioso en el que se había metido y sabiendo que lo irían a asustar al hotel, fingió interés por quedarse en la productora cuando se sintió envuelta por la magia de Manuel.
Manuel, en cambio, sería condenado a cadena perpetua por doble asesinato.
Pasaron algunos meses y Marina consiguió un permiso especial para ir a la cárcel a visitar a Manuel. Cuando el guardia de turno, la hizo pasar, aquel hombre con joroba estaba derecho y sin bastón.
_¡Manuel! Qué sorpresa, no entiendo.
_Así son las cosas nena. ¿Ves ese pasillo que da al patio? Ahí me curé, caminando todos los días para no caer. Y tengo un secreto, vení: “Atilio Rosales me saca de acá”.

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