
Marina entró apuradísima al sanatorio. Hacía un par de horas que le había prometido a Sara, su tía materna, que la visitaría.
El hall de entrada estaba totalmente habitado. Gente de todo tipo se paseaba, preguntaba y esperaba. Los sillones de cuerina gris estaban todos ocupados. También algunos hombres con delantal médico conversaban entre si, frente a la puerta del ascensor.
Allí mismo, un hombre de porte grande, serio y muy bien vestido, esperaba también. Llevaba en sus manos cuidadosamente un enorme y precioso ramo de jazmines. El envoltorio era muy vistoso, de tul color lila y con una gruesa cinta de satén blanca que sujetaba los varios racimos. Se lo veía orgulloso ante la expectativa de entregarlo.
Marina contempló las flores y miró al hombre. Combinaban muy bien. Se preguntó con cierta envidia quién sería la destinataria de tan bonito arreglo floral...¿ Sería él un marido que iba a ver a su mujer luego de que esta sufriese una intervención seria? ¿O tal vez su madre estaría allí internada, ya en las últimas? Imaginó las variantes femeninas mientras esperaba.
El hombre amablemente dejó pasar a las mujeres que aguardaban el ascensor. Entre ellas, también estaba Marina. Ya no había lugar para aquel hombre guapo, así que las dos puertas metálicas se cerraron y el aparato comenzó a elevarse.
Al llegar al cuarto nivel Marina recorrió el piso y finalmente llegó a la habitación de Sarita, su tía Sarita, que hacía días que estaba internada allí luego de una intervención traumatológica que le realizaran, después de haber sido atropellada por un auto frente a la casa en donde vivía con su hermana Teresa y su sobrina, Marina.
- Chiquita, gracias por venir...yo sé que trabajás mucho, que estás ocupada, que queda cerca de casa ésta clínica...pero no te imaginás cuánto significa para mi que me hayas avisado que venías esta tarde.
- Por favor, tía, nada que agradecer. ¿Ya Comiste?
- Si, claro. Vos sabés, la comida de acá no es gran cosa, insulsa, todo lo licuan, y sin sal. Eso, Marinita, es lo peor, que no tiene sal. Y querida, sin sal, nada tiene gusto. La sal es todo en la comida, y en la vida también. Vení sentate. Es importante.
- Si, esperá que dejo la cartera en el placarcito...ni una mesita acá... y con lo que debés pagar por este cuarto, porque cuántos días hace que estás acá, ya la pierna la tenés fuerte, yo te veo como para el alta...¿o no?
- Si, pero ¿sabés qué? Yo soy la que se quiere quedar acá hasta estar bien bien, no me gustaría ser una carga para ustedes. Vení, acercá esa silla, tengo que contarte, por eso le insistía tanto a tu madre que vinieses a verme, con ella no puedo hablar, sabés como es, lo difícil que es el diálogo entre nosotras...
- Tía, por favor, no empecemos con eso de que ustedes se llevan mal, etc. etc.
- Está bien, como te decía recién, lo de la sal de la vida. Si, como la película, no pienses que me copié de la idea, pero al final no descubrieron América poniéndole ese titulo a la cinta esa, ¿sabés? Porque desde que el mundo es mundo, sabemos que la vida sin sal, no es nada.
- Si, ¿y?
- Y que yo nunca te dije, pero yo no soy la tía solterona que todos piensan. No no no. Yo soy una mujer con todas las de la ley. Conmigo se puede hablar...mirá hasta te cuento que el otro día estaba en plena camilla yendo al quirófano y mientras el traqueteo del arrastre de la camilla me zarandeaba, yo me decía: ¿es que me llegará el turno de amar y ser amada, a pesar de las grietas de mi frente y mi cuerpo blando?
- Tía, ¿vos estás bien...o tendrás restos de la anestesia aún?
- ¿Qué me querés decir? Acaso las viejas no podemos enamorarnos? Esperá que te cuente porqué te hice venir...ayyy sos impaciente como tu madre, no hay nada que hacer, lo que se hereda no se hurta.
- No te pongas así, está bien, a ver, contame, ¿quién es el jubilado que ha conquistado el corazón de mi querida tía Sara?
Al rato, la charla se vio interrumpida por alguien que golpeaba la puerta.
- No te digo... acá cada cinco minutos te toman la presión.
- “Adelante”, gritó Marina sin levantarse del silloncito.
Cuando la puerta comenzó a abrirse, Sara sonrió.
Marina se levantó preparada para conocer a su futuro tío, evidentemente no eran fantasías las de su tía, ¡de “amor” estaba hablando!
Pero junto a la voz que provenía del pasillo que unía a la habitación con la puerta, el aroma de los jazmines la abrumó y la sorprendió. Era el hombre de traje oscuro de hacía un rato.
- Sarita...
- Pase, mi rey. ¿O no es un rey, Marinita?
Marina no podría creer que aquel hombre que le había despertado tanta curiosidad en la planta baja visitase a su tía.
- Chiquita, Vicente es mi joven alumno del que te hablé tanto.
- Ah, contestó Marina simulando no recordar que ella le había hablado de él.
- Señorita, su tía, la señora Sara, le ha puesto sal a mi vida.
- Sarita se sonrió complacida por el cumplido.
Vicente se acercó a la cama, y mientras despejaba el rostro la enferma, besó tiernamente su frente.
Vicente y Sarita se conocían hacía ya, unos años. Ella era su profesora de francés. Todos los martes a las seis de la tarde, Sarita llegaba a la empresa donde trabajaba Vicente. Era un apuesto e inquieto hombre de negocios, y encontró en la mujer madura a una especie de consejera, de amiga ideal. Encantadora, solterona y culta. Siempre dispuesta a escucharlo. Ella le resultó atractivo desde el primer día pero sospechaba que Vicente era un picaflor y que por la diferencia de edad, jamás se fijaría en ella.
Por el contrario, trataba de tantear el terreno para algún día presentarlo a su sobrina, cuando viese el terreno fértil y por sobretodo, desocupado.
- Bueno, Vicente, veo que nos conocemos tanto y que adivinas para que aprovecharé este “casual” encuentro, dijo Sara mirando con una sonrisa cómplice a su Marina.
- Tía, no me hagas pasar vergüenza.
- Marina, hace tiempo que tu tía me habla de vos y entiendo por ello que debés ser la persona más querida para ella.
- Adelante mi querido, sostuvo Sara.
Sin soltar la mano ya con manchasy arrugas de Sarita, Vicente confesó:
- Te amo, Sara. Sos la mujer de mi vida y no pienso perderte por las apariencias.
Cuando casi perdés la vida hace unos días y me enteré, prometí no esperar más.
Desde el día que entraste en mi oficina el aroma de tu intenso perfume de jazmines no me abandona. Al fin a al cabo, siempre me dijiste que había que condimentar la vida...
Marina no pudo decir nada. Ante ella una verdadera función empezaba. Con sal y con aroma a jazmines. Había valido la pena su visita, aprendió que todo llega, y casi siempre en el tiempo y forma adecuados.
Ayer prometí escribir una historia a partir de una situación. Con mucho cariño a B y a H, esperando que les guste...
1 comentario:
So: Me encantó Sal Y jazmines. Mientras iba leyendo pensé que era bastante evidente que el hombre de traje oscuro iba a ver a Sarita, luego vino la vuelta de tuerca que sarita los quería presentar por lo que la declaración del final terminó siendo una total sorpresa (eso pasa por sacar conclusiones antes de llegar al final)Tiene un poquito de El amor en los tiempos del Cólera, con el que casi todos soñamos ¿No?
Mar G
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