Había dado a luz hacía unas horas. Era hasta entonces una joven, si bien madura, inconsciente y alocada.
Desde el día en que la había visto por primera vez, sus negros ojos eran cómplices de mis actos.
Frágil, de piel blanca y transparente, ya no la veía tan a menudo.
En pocas reuniones familiares en las que coincidíamos, la miraba con orgullo. Nunca fui muy social que digamos pero la ilusión de tenerla cerca, de escuchar su dulce: “hola qué tal”, me hacía cruzar toda la ciudad.
Pasó el tiempo, pasaron sus noviecitos y yo desde mi lugar, desde el único que pude ocupar, fui testigo de todo.
Nunca me atreví a halagarla, por qué, no se, ¿le tendría miedo?
- Manuel, no seas tonto, me dije varias veces. Ya no sos cosa seria en su vida. Pero no me daría nunca por vencido, era y será el amor de mi vida, lo sé.
Cuando se fue a vivir con su novio no sentí rabia, sino miedo. ¨¿Sería feliz con él?¿Y si sufría? ¿Qué podría hacer yo desde mi lejano lugar?
Y llegó el día en que se casó y tuve que presenciar su juramento de fidelidad hasta que la muerte la separase de él.
Era ahora “la mujer de”. Y “mujer de” significaría que juntos, abrazarían
un proyecto de vida. Milena se me seguía escapando...y yo no hacía nada. Es que acaso, ¿podría hacer algo?
Fue el día que tuvo a su hijo que reaccioné...
Cuando entré a verla, ocurrió una cosa curiosa.
Milena, con las ojeras negras, el pelo desordenado y el aliento con restos de
anestesia me miró, suspiró y con sus manos débiles y temerosas sosteniendo al bebé, me dijo lloriqueando:
-Papá, tengo miedo, ¿hasta cuándo los hijos nos pertenecen?
Desde el día en que la había visto por primera vez, sus negros ojos eran cómplices de mis actos.
Frágil, de piel blanca y transparente, ya no la veía tan a menudo.
En pocas reuniones familiares en las que coincidíamos, la miraba con orgullo. Nunca fui muy social que digamos pero la ilusión de tenerla cerca, de escuchar su dulce: “hola qué tal”, me hacía cruzar toda la ciudad.
Pasó el tiempo, pasaron sus noviecitos y yo desde mi lugar, desde el único que pude ocupar, fui testigo de todo.
Nunca me atreví a halagarla, por qué, no se, ¿le tendría miedo?
- Manuel, no seas tonto, me dije varias veces. Ya no sos cosa seria en su vida. Pero no me daría nunca por vencido, era y será el amor de mi vida, lo sé.
Cuando se fue a vivir con su novio no sentí rabia, sino miedo. ¨¿Sería feliz con él?¿Y si sufría? ¿Qué podría hacer yo desde mi lejano lugar?
Y llegó el día en que se casó y tuve que presenciar su juramento de fidelidad hasta que la muerte la separase de él.
Era ahora “la mujer de”. Y “mujer de” significaría que juntos, abrazarían
un proyecto de vida. Milena se me seguía escapando...y yo no hacía nada. Es que acaso, ¿podría hacer algo?
Fue el día que tuvo a su hijo que reaccioné...
Cuando entré a verla, ocurrió una cosa curiosa.
Milena, con las ojeras negras, el pelo desordenado y el aliento con restos de
anestesia me miró, suspiró y con sus manos débiles y temerosas sosteniendo al bebé, me dijo lloriqueando:
-Papá, tengo miedo, ¿hasta cuándo los hijos nos pertenecen?
3 comentarios:
Humildemente... yo creo que nunca nos pertenecen. Le damos un nombre y le marcamos el camino (mejor o peor), y es siempre en función de nuestros propios errores. No dejamos que cometan los propios evitándoles el crecimiento personal.
El hecho de firmar una partida de nacimiento no nos acredita como "titulares" de la nueva persona.
Al margen me encantó como lo vas presentando y como mantenés la intriga hasta la última frase.
BESOS
Muy bueno. En realidad no sera que nosotros pertenecemos a nuestro hijos.
Qué belleza!
refleja sin mucha palabrería inútil el dilema eterno entre amar y pertenecer...
Gracias mil por tu visita!
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