martes, mayo 09, 2006

Relato de la semana, 8 de mayo, 2006.

Mi casa, Sonia 22 de abril de 2006.
Al sueño de la mañana, que casi siempre nos anticipa algo...



En un momento determinado, creí haber encontrado mi lugar en el mundo.
Pero no fue tan sencillo, la vida me puso una prueba para darme cuenta de ello.

Al poco tiempo de tener a mi hijo Sebastián, Pedro y yo nos fuimos a vivir a una pequeña ciudad de la provincia de Buenos Aires.
Nuestra casa, enorme y en estado de abandono, en un principio nos pareció un palacio.
Teníamos mucho lugar y, aunque mi marido siempre encontraba algo mejor en qué invertir la plata (para él), vivíamos bien. Frente al mar, ese gran océano atlántico frío, solitario y temible.
Dos empleadas convivían con nosotros tres.
Una noche, Mica, una de ellas, nos despertó con su acento peruano:
- Sra., Sr., ¿puedo pasar? Necesito la escalerita que está en su placard para arreglar algo. Hay olor a gas.
Yo ni me inmuté. Poco y nada me interesaban los temas de la casa. Pero Pedro se levantó como un resorte, y se apresuró para ir a ver qué pasaba.
Lo conocía muy bien, era atolondrado...así que me incorporé, y le grité desde el pasillo del piso de arriba:
- ¡Cuidado! ¡Ya te rompiste una pierna trepado a una escalera una vez, pensá en tu hijo!
- Basta Sonia, lo voy a arreglar, -me contestó a los gritos-.

La casa se estaba viniendo abajo.Ahora era el calefón grande. Y mi marido no quería gremios en la casa.No tenía idea de cómo arreglar el calefón, y esa misma tarde me dijo:
. Ybueno, despedite del agua caliente...hay cosas peores.

Días hostiles. Días en que no lo soportaba más. Hasta que Dios vino a verme...¡y en inglés!
Una compañía fílmica norteamericana desembarcó en nuestro pequeño y desolado pueblo. Camionetas, camiones y mucha gente, empezaron a rondar por las calles. Por las asfaltadas, y por las de tierra.
La inmobiliaria a la que le alquilábamos la casa nos llamó.Le ofrecieron una fortuna a Pedro por dejar nuestra casa. Los yanquees querían comprarla, para luego venderla cuando finalizase la película que habían venido a rodar, y Pedro, mi marido, aceptó.
Aunque fue una sopresa, me sentí aliviada, por fin dejaríamos la chatura y el aburrimiento. Me hice ilusiones en cuanto al futuro de mi hijo: de vuelta en Buenos Aires ¿a qué colegio iría?, ¿con quién se juntaría a jugar?.
En mi futuro ni pensé. Pedro, seguiría en las nubes.
Por suerte los tres cineastas, Luke, Richard y Johanna nos dijeron que no tenían apuro en que dejásemos la casa. Había muchos dormitorios y ellos, hasta que nos fuésemos, ocuparían la planta baja solamente. Eran gente muy educada, en especial Luke, un joven de pelo largo, que me miraba con dulzura cuando nos cruzábamos por la casa. Y eso ocurría varias veces al día.


De esa manera, los días transcurrían.
Pedro no salía de su escritorio. Su vida era leer y leer. También escribir. Se había inventado una vida en torno a los libros.
Yo cuidaba a mi hijo, y sabiendo que dejaría aquellas playas en pocos días, daba largas caminatas al borde del mar.Los tres nuevos integrantes de la casa preparaban todo para el gran set de filiación, moviendo las cosas de lugar e instalándose poco a poco.

Una tarde de primavera, en ese espacio tan mío que era la playa, sentí muchas ganas de darme un baño ...Quería sacarme de encima el pasado, limpiarme.
Así como estaba, con un pantalón suelto y una remera, me interné en el mar. El agua estaba muy fría pero me gustaba: cosquillas, piel de gallina...
Miré mi casa desde el mar, ¡qué linda y grande que era! Sí,...había que pintarla y arreglar esas rejas viejas, o tal vez cambiarlas... Pero se veía linda igual.
Luke se aproximó y automáticamente miré hacia la ventana del escritorio de Pedro.
Adiviné su sombra recostada sobre la computadora.
Decidí nadar hasta la orilla para regresar a la realidad que me reclamaba. No pude. Una ola me revoleó por la rompiente. Pensé que me ahogaba, cuando unos brazos me abrazaron, y me ayudaron a llegar a la orilla.
Nos miramos, nos besamos y mi corazón me ayudó. No sentí culpa.

Nunca dejé Quequén. Acá vivo con mi hijo, Luke, Richard y Johanna. Hasta que la película termine de filmarse, claro. Aunque creo que nuevamente, algo sucederá para que me siga quedando...acá, frente al mar, en mi vieja y linda casa.

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