martes, mayo 16, 2006

Oshiro y su jardín japonés/semana del 15-05-06


Esperaba al hombre extranjero que la había enamorado tiempo atrás.
Hoy, su nombre era “Dolor”.
Las costas tranquilas de Nagasaki le traerían pronto, junto con su débil oleaje, a su amado, el teniente norteamericano John Sales.
Ella, una japonesa de rasgos duros y alma blanda, deambulaba alrededor de la casa de madera, papel y piedra...”demasiados suspiros ha exhalado mi boca”, pensaba. La espera, había durado tres largos años.
Oshiro decidió trepar al cerezo de la entrada de la morada y adivinar el nombre del barco estadounidense que atracaba en ese momento en el puerto. Era una tarde de primavera en que el olor a corolas de verbenas, acariciaba su rostro. La sirena inquietaba la vegetación que hasta entonces bostezaba de aburrimiento.
En letras negras el “Orient Wave”, se recostaba, cansado y resignado, sobre el duro muelle de cemento que lo albergaría en esas costas orientales, varios días.
Oshiro hacía cálculos. ¿Cuánto demoraría su amado en llegar a su casa? Una hora, dos tal vez...
Inquieta y con algo de temor, se cambió el atuendo y luego un lujoso kimono moldeaba su figura. La seda floreada con ribetes rojos, brillaba con la audaz luz del crepúsculo. Luz que todo lo oculta, luz que todo lo revela.
De pronto pasos de diversos sonido y extraño peso, se acercaron al cerezo cómplice .
Y sin pedir permiso, una familia huérfana de madre corrió a abrazar a Oshiro, gritándole “hello”.
Mr. Sales besó a Oshiro y en el modesto japonés que aprendió largo tiempo atrás, en sus brazos le anunció:
- Mis hijos, Oshiro: Ted, Mathew y Susan. La madre ha muerto. Ahora, tus hijos.
Me amas aún, ¿no?

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