domingo, agosto 12, 2007

Caiga quien caiga



A mi abuela Mam, quien me guía desde el cielo en la ayuda al prójimo.

A muchos le sonará esta frase. Es el nombre de un juego de mesa para niños...

- Felíz día del niño, este juego es para vos.
- Gracias, señora. Caiga quien caiga, ¡qué nombre!

Hoy es el día del niño y fui al Hospital Pirovano a llevar algunos juguetes de regalo.
La tarde sombría en la avenida desierta y poca gente caminando. Seguramente el barrio estaría ocupado jugando con los chicos que seguro, recibieron regalos en su día.
Por lo menos eso es lo que pasaba en mi casa cuando salí para el hospital.
La puerta principal estaba cerrada, así que decidí entrar por la guardia. Inhóspita, fría, vieja, y con gente que esperaba el milagro de ser atendida. Sus caras eran de desazón y al verme entrar con mi gran bolsa me relojearon sin pudor. Saludé con un tímido “buenas tardes” sin saber a dónde encontraría la sala de pediatría. Un hombre uniformado parecía ser del personal de seguridad. Para mis adentros me pregunté que podría vigilar pues todas las puertas estaban cerradas. Pase por el lado de una con el cartel de acrílico que decía “dirección” y otra de doble puerta que intimidaba con la palabra “despacho”. En los pasillos nadie. En el patio sólo bancos rotos y descoloridos y plantitas que lograron brotar algún día en recovecos de triste humedad.
- Buenas tardes.
- Buenas tardes.
- Mire, traje estos juguetes y me gustaría saber en dónde están los niños internados (confieso que si hubiera visto al menos un niño en las dependencias del hospital, le hubiese entregado alguno de los juguetes).
- Ah, sí. Le indico...aunque...todavía no hice a tiempo de comprarle a mi sobrina el regalo así que...
Omití el mangazo del guardia y con actitud empecé a recorrer el largo pasillo
mientras él me indicaba con dudas donde estaba “Internación pediátrica”.
- Es ahí, frente al kiosquito, a la izquierda.
Subí una pequeña escalera y una señora con una niña en brazos me preguntó si necesitaba ayuda.
- Pase, aquella señora rubia de pelo corto es la encargada de la sala.
Y fue ahí que todo lo que me rodeaba, era una dulce tragedia. Varias camas, varios niños, bebés y madres resignadas conformaban la sala. Me alegré de que no hacía frío y hablé con la rubia. Ella me preguntó si quería entregar “en mano” los regalos y asentí. Ya a esa altura, un nudo en la garganta se iba agrandando con los segundos. Calculé las edades para poder darle a cada uno lo posiblemente correcto. Empecé sin querer por la hija de la señora que tan amablemente me había recibido a la entrada.
- ¡Gracias! ¡Qué lindo! ¡Un grabador con micrófono para cantar!!!
- Que lo disfrutes y feliz día.
Después, los varones. A ellos los juegos de mesa. “Caiga quien caiga”...
Me entristecí al darme cuenta de que había muchos bebés y que no tenía cosas para ellos. Pero ahí recordé que mi hija me había indicado especialmente que el Winnie the Pooh era para algún bebé. Entonces se lo di a una gordita simpática que me sonrió y después abrazó el muñequito.
- Esto que hace es muy lindo, gracias, me dijo una joven que estaba nebulizando a un niño a mi izquierda.
- De nada. ¡Feliz día!
Una chica de no más de dieciséis años me pidió algo para su bebé. Me disculpé por no tener nada de su edad, y me sonrió pícaramente diciéndome que tenía también una nena de cuatro años. ¿Qué?¿ Entonces había parido a los doce?. Qué importaba, me contesté.
- Será otra vez...
Seguí con lo restante y me quedó en la bolsa un juego de nenas para cuatro, cinco, seis años...y claro, regresé al compartimiento de la adolescente y le dije: mirá, tuviste suerte: para tu hijita.
Las dos sabíamos que no era para otra niña y que había sido madre primeriza, pero la entendí y recordé cuantos juguetes adelantados para la edad había comprado o me habían regalado para la mía cuando aún no gateaba.

Salí de la sala y “Darse cuenta” vino a mi memoria. Había sido filmada en el Pirovano, veintipico años atrás. Nada había cambiado, el hospital era el mismo, las frustraciones de los médicos imposibilitados por la escasez de recursos se habían acentuado, y los pasillos laberínticos y húmedos me estaban cercando. Temí no encontrar la salida. Oscurecía y mis piernas se arrastraban junto con el polvo estancado con olor a muerte.
Mis pasos retumbaban, y eso ayudó a que el guardia de seguridad me interceptara indicándome la salida.
-Gracias, hasta pronto.

Sé que volveré. Varias veces. El Pirovano seguirá siendo el mismo. A pocas cuadras mañana llegará a prestigiosos colegios, una manada de niños alborotada por lo recibido para el día del niño. El mundo sigue andando y la sala de pediatría se deteriora minuto a minuto. Caiga quien caiga, como el juego que regalé a un niño que ojalá que se salve de caer.

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