Gracielita, Sonia, 14 de mayo de 2006.
Hacía pocos meses que Graciela había entrado a trabajar en el ministerio. Se desempeñaba como asistente del abogado que asistía a la “Privada”. Aunque era sabido que casi todo era archivado, algo hacía Graciela para justificar el cobro de su sueldo, junto con otros ñoquis, los días veintinueve.
Era una chica simpática. Nos llevábamos muy bien.
Una tarde, nuestro jefe, el Dr. Moreno Calvo, nos liberó del trabajo muy temprano. Graciela me confesó casi secretamente: “me encantaría ir a la peluquería y cambiarme el look, estuve chateando y hoy me encuentro con Mario, ¿te acordás que te conté?
Graciela era regordeta, digamos que casi enana, y debo confesar que para mis adentros no arreglaría nada con el cambio que deseaba. Pero no quise ser desagradable y la acompañé.
Tal vez ese chico Mario, del chat, fuese el amor de su vida, y ella quería estar lo mejor posible para ese encuentro.¿ Por qué no acompañar la ilusión de mi compañera de trabajo?
Yo tenía auto y llegamos a Martínez (donde trabajaba un amigo colorista que le haría precio), en menos de media hora.
Para nuestra desesperanza la peluquería estaba repleta de gente. Era viernes a la tarde, más o menos, las cuatro.¿Quién no iría a prepararse para un casamiento, o para irse de viaje en condiciones?.Walter la saludó a los apurones y con cara de “y bueno...”, nos dijo que esperásemos. Ni sentarnos pudimos. Había pocos sillones y las revistas estaban todas en manos recién pintadas que, con extremo cuidado, pasaban las hojas temiendo arruinar el esmalte.
Se me ocurrió preguntarle a Graciela si no prefería volver al otro día que era sábado y
tal vez temprano no habría gente.
Su cara me dio la respuesta: ¿no te das cuenta estúpida de que HOY tengo la cita con Mario?
Y sí, tenía razón. Decidí componer mi desatino y caminé hasta la máquina de café. Un cartel de cartón anunciaba: “Descompuesta”.
¡Ayyyy, Dios! – refunfuñé.
A Walter lo perdimos de vista.
- Gracielita, escucháme...¿no podrá hacerte la tintura algún otro empleado?
- ¿Estás loca? Yo no tengo un peso para pagar y a Walter lo conozco del monoblock. Es mi vecino desde antes de hacerse puto, mirá lo que te digo.
No quise ser frontal con ella y decirle que pensaba que Walter no nos había dado ni cinco de bola, pero me di cuenta de que comenzó a perder el ánimo y temí que le agarrara un ataque de llanto en medio de pelos parados, canas intrépidas, parloteo incesante de mujeres histéricas, y homosexuales que se desplazaban de un lado a otro.
Claro, menos Walter, al que no se lo veía hacía ya más de una hora.
Se me ocurrió sugerirle a Graciela que fuésemos a tomar aire afuera. El olor a amoníaco me estaba ahogando.
-Mirá, Sonia, si querés andáte. Yo me quedaré hasta ser rubia, ¿me entendés? Las rubias tienen más levante: siempre.
Ahí casi me desmayo. ¿Rubia? Graciela tenía el pelo negro. No la imaginaba con el cambio que tanto la ilusionaba. Y pensé: “yo soy rubia al pe...entonces”.
La ausencia de Walter empezó a inquietarnos. Graciela me hizo recorrer toda la peluquería para buscarlo, incluyendo la pequeña cocina/estar del personal que cuando osé asomarme, empleadas con expresión de hienas furiosas dijeron: “Acá no está”.
Graciela miraba su reloj de enchapado ya todo descolorido con desesperación. Mario, la esperaría en la esquina de Cabildo y Juramento a las nueve de la noche. Todavía quedaba la aplicación de la tintura, el enjuague, el secado, el peinado, el viaje a Lugano, el baño, el arreglo, y de vuelta el trayecto hasta Belgrano.
Fue entonces que decidí tomar las riendas.
- Graciela, esto no da para más, mirá: vamos a un súper, compramos decolorante, agua oxigenada y serás rubia en menos de quince minutos.
Metí la mano en mi campera buscando las llaves del auto.
- Qué raro, no las tengo...ah, qué tonta, las dejé puestas en el auto! Cierto que estas peluquerías de zona norte son un lujo. ¿Dónde está el valet-parking?
Salimos casi corriendo hacia el garaje de atrás de la peluquería.
- ¡Cuántos autos! De acá no salimos más, dijo Graciela, que ya para ese momento estaba desesperanzada.
Y en medio de autos importados, mujeres reclamando sus vehículos, el valet parking, nos dice: Ahh, tienen que esperar un ratito...Walter me dijo que era vecino suyo de toda la vida y que necesitaba su auto para una emergencia...
- ¿Qué?,¿ usted le entregó las llaves de mi auto a otra persona sin mi autorización?
Graciela sintió indignación y vergüenza. Su vecino me había usurpado el auto.
Para darle el gusto a Graciela, llamamos a la casa de Walter, un contestador nos respondió, era obvio.Luego a la policía, que prometió hacerse presente en el lugar lo antes posible.
La peluquería comenzó a vaciarse...algunas mujeres hasta se enjuagaron la cabeza antes del tiempo de que la tintura actuara para huir del interrogatorio policial.
A fin de cuentas, todos estaban involucrados. Casi nadie pagó servicio y la cajera gritaba: Esperen...es sólo un incidente. No va a pasar nada.
Graciela y yo estábamos atornilladas al banco de plaza que estaba en la puerta de la antigua casa reciclada.
Pasaron cuarenta minutos cuando mi auto apareció intacto, con Walter al volante.
Estacionó correctamente y bajó con una bolsita con la estampa: “Kerastase”
Nadie entendía nada.
- Gracielita, vos sabés cuánto te quiero. Las viejas que estaban antes de que llegases consumieron toda la tintura de calidad y salí corriendo hasta lo del proveedor para comprarte la tuya.
- Pero, Walter, cómo vas a aga...
Walter no la dejó terminar y siguió: no había más taxis, ni remises, es viernes a la tarde, y agarré el auto de los ladrones ministros con los que trabajás y salí a mil, disculpáme mamita.
- Mamita un carajo, respondí yo. Ese auto es mío, y usted es un irrespetuoso.
- Ahora déme esa bolsita con la tintura y mis llaves. Vamos, Graciela. Te tiño yo.
Conduje mi automóvil hasta Lugano en menos de cuarenta minutos. Casi cuarenta minutos que se nos hicieron eternos a las dos.
Ya en el pequeño y humilde monoambiente de Graciela, improvisamos una peluquería con todos los elementos necesarios:
Un banquito para que ella se sentase, una toalla vieja por si acaso, y un delantal de cocina para que yo no saliera hecha una paleta de pintura...
Entre mate y mate, fuimos logrando todos los objetivos que nos indicaba el manual:
primero mojar el cabello, luego raíces veinte minutos (en los que nos dedicamos a sacarle el cuero a Walter y a adivinar cómo sería el candidato de Graciela...), aplicación del resto de la mezcla en puntas y finalmente,...ya muy cerquita de la hora de encuentro de la pareja del chat, el enjuague y la emulsión reparadora.
Cuando ya el agua de la canilla de la bañera del diminuto baño de azulejos turquesa no largaba más colorante...Graciela escurrió su ya ex cabellera oscura y se miró al espejo. Sonrió, me abrazó salpicándome los hombros y me dijo: -Sos una genia, ¡soy rubia! ¡Le voy a encantar al tipo este!
Me alegré mucho por ella. Estaba radiante y el secado del pelo pasó a ser una pavada comparado al trajín de la tarde. Se vistió para él y nos apresuramos a salir.
Yo la acercaría a Cabildo y Juramento.
Esperábamos uno de los tres ascensores en el palier, cuando el del medio se detuvo.
Allí estaba Walter, el peluquero. Me costó reconocerlo pues se había cortado el pelo muy cortito.
Graciela no pudo contener la risa y le dijo: -“Pará loco, ahora todos los gays se pelan, ¿qué pasa?”
- Walter bajó la mirada. El ascensor iba llegando a planta baja. Yo no sabía dónde meterme.
Cuando salíamos Graciela, desafiante, agregó: -No te necesito: mirame, ¿no estoy divina? Mi amiga me hizo el color.
El no contestó y no bajó del ascensor. Las puertas automáticas se cerraron y nosotras nos subíamos al auto cuando Graciela me leyó un papel que estaba entre el limpiaparabrisas y el vidrio delantero:
- “Gracielita, una vez me contaste que buscabas novio por internet. Para ese entonces yo hacía mucho tiempo que estaba re-metido con vos. Es más, un día en la terraza, colgando la ropa, traté de decírtelo, pero no me animé.
Me inventé un personaje. Yo soy Mario y hoy iba a ir a Cabildo y Juramento. Chateando, para despistar, te dije que me gustaban las rubias.
Te pido perdón por lo del auto de tu amiga, pero no quería fallarte.
No soy gay, Graciela. Pero evidentemente, como hombre no me ves. Y como persona te parezco una porquería, por lo del auto, digo.
Estoy muy nervioso chiquita...no me odies. Te amo como sos, no subas a este auto, el amor te espera en el piso 11. Te espero, Walter”.
martes, mayo 23, 2006
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario